27 octubre 2017

LA VIDA EN DIFERIDO



Los que tenemos la suerte de dar o haber dado clase a alumnos de secundaria y/o universitarios, llevamos algunos años observando un fenómeno que empezó siendo una muestra de modernidad y ha devenido en algo alarmante. El abuso/dependencia de los teléfonos móviles por parte de los jovenes (y no tan jóvenes) tiene efectos a los que me he referido en numerosas ocasiones y como corro el riesgo de ponerme pesado, no pienso seguir insistiendo, entre otras cosas porque soy consciente de lo inútil de mi batalla contra los molinos 4G.

Pero estoy observando un nuevo fenómeno que no puedo dejar de comentar. La proliferación de la mal llamada “mensajería instantánea”, que no lo es, ya que hay un lapso de tiempo entre escribir y el hecho de leer (o escuchar en el caso de los mensajes de voz) por parte del destinatario, está produciendo un cambio curioso en la forma de comunicarse entre los individuos abducidos por el watsapp y demás inventos similares: la comunicación ya no es directa, no se produce el mecanismo hablo-me escuchas- me contestas, es decir, eso tan maravilloso, exclusivo de los seres humanos y que les caracteriza, que es la conversación. No, ahora escribimos, repasamos lo escrito y lo enviamos, el receptor es avisado por un sonido característico, abre el mensaje y lo lee (siempre que no lo hayamos enviado a otro…). Es la comunicación en diferido. Parece que se le tenga miedo a que, si decimos lo que pensamos “en directo”, podamos cometer un error irreparable y nos damos (se dan) un tiempo para corregir posibles erratas mentales. De hecho, cada vez más se sustituye la llamada telefónica por el mensaje escrito.

La conversación, ese placer que desde la Grecia clásica ha presidido el contacto entre humanos inteligentes, se está perdiendo, poco a poco. Ya oigo las voces ¡catastrofista!, ¡Don pésimo!...
Igual que no hemos sido capaces de resistir al envite del móvil y sus cientos de ventajas (por cierto, ya se puede pagar con el móvil, ¡que bien! ¡Que buenos son los Bancos!) que se ha convertido en un miembro de nuestro cuerpo: inseparable, ya todo el mundo lo lleva en la mano o lo saca del bolsillo cada 30 segundos, para comprobar que está conectado. Los tratados de anatomía deben contemplar incluirlo como un miembro o como un segundo cerebro que aparece, a modo de prótesis, al final de nuestro brazo.

Pero, volviendo a la conversación. Los profesionales y los teóricos de la televisión (el que suscribe pertenece a ambos colectivos) sabemos muy bien que el medio  alcanza su más alto valor cuando retransmite un evento en directo, en vivo (¡live! que dicen los anglosajones) y lo más para un periodista es entrar en directo a relatar algo que está sucediendo en ese momento. Como diría un popular periodista de televisión que no come ni duerme por salir en la pantalla: “¡más periodismo”!. Internet esta sustituyendo en las preferencias de los jóvenes al clásico televisor (la cuarta pantalla gana terreno a ojos vista) y aunque el streaming esté de moda, el paralelismo entre el abandono del directo televisivo y el del “directo” de la conversación, no me parece que sean fenómenos independientes. Estamos perdiendo la comunicación interpersonal para sustituirla por una comunicación diferida y autocensurada.  La comunicación puede matar  a la comunicación por saturación. Y como siempre que hay un cadáver, hay que preguntarse ¿A quién beneficia su muerte?.